«Noche, garganta profunda, superviciosa, griego, beso negro». «Golosas, sobretodo de buenas pollas». «Por fin juntas, las más viciosas y cachondas hembras. Mamadas increíbles». Los editores apelan a la sacrosanta libertad de expresión, que ampara el artículo 20 de la Constitución, para defender los anuncios de contactos en los diarios. Un negocio que, según el estudio de una comisión parlamentaria de 2007, mueve en torno a los 40 millones de euros al año.
Tras la publicación de un dictamen del Consejo de Estado que avala la decisión del Gobierno de prohibir la publicidad de prostitutas (una actividad sin regular) en los periódicos, la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE) aseguró que si el Ejecutivo seguía adelante «estaría discriminando a este medio y vulnerando el derecho fundamental a publicitar una actividad legal».
Una opinión matizada por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), que sostiene que «estos anuncios sexuales han sido utilizados por las mafias dedicadas a la trata de mujeres, según han demostrado varias operaciones policiales».
Los periódicos, guardianes de la moral de la televisión, no se mostraron tan beligerantes cuando, hace un año, se publicó la Ley General de la Comunicación Audiovisual. Que, en su artículo 60, contempla una sanción de hasta un millón de euros por la «emisión de comunicaciones comerciales que vulneren la dignidad humana o utilicen la imagen de la mujer con carácter vejatorio o discriminatorio«, una infracción tipificada como muy grave.
La AEDE considera que «a cada periódico» (no habla de televisión o radio) «le asiste la libertad editorial de decidir qué contenidos publicitarios sobre actividades lícitas incluye en sus páginas» y reclama que se le permita aplicar «medidas de autocontrol».
Un código de autorregulación que establece la supresión de los textos explícitos que pudieran ofender la sensibilidad de los lectores. Y que se suma a lo suscrito por AEDE en la Declaración de Madrid, firmada el 4 de junio de 2010, donde los editores se comprometieron a promover «altos estándares éticos en la autorregulación de la publicidad, conciliando la libertad de expresión de los anunciantes y la libertad de publicidad de las empresas».
Hoy se lee en las centrales (dos páginas completas) de un diario de gran tirada: «Disciplina inglesa. Grados ilimitados». «Sin goma hasta el final«. «Madurita morbosa. Superpechos naturales». «¿Te pica como a nosotras? Culitos profundos».